Escúchame… y grita por la helada princesa que se consume.
Gélida, inmóvil, inerte.
Besa su corazón y pósalo sobre mi doliente regazo.
Míralo, mientras sus latidos ensangrientan mi capa real.
Deléitate con el último suspiro exhalado del pecho virginal
que nunca llorará… nunca más.
Viva en la torre central una vez cantó.
Las frías paredes de mi corazón moribundo se estremecieron;
pero las letras de la cándida canción se presentaron tardías.
Y como cenizas en el viento mi alma de desvaneció.
El último latido como un eco espectral recordaré por siempre.
Las lágrimas se congelaron cristalinas en mis prominentes pómulos.
No se esbozó otra sonrisa en mis rojos labios.
Quedó desfigurada la maldad en mi rostro.
Duele el vacío de la cámara de mi pecho:
jaula sin ave, templo sin cruz, cáliz sin vino.
Santuario solitario.
Saborea la sangre de mis dedos.
Siento la ternura temporal de estos corazones plagiados.
Disfruto su momentáneo candor.
Me reviven por instantes; mueren muy pronto.
Esclavo, adórame.
Inclínate ante mi erguida corona de esmeraldas.
Reverénciame sin sentir lástima.
Sírveme y entrégame tu espíritu.
Quiéreme… porque el corazón que sostengo en mi mano
nunca me querrá.
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