lunes, noviembre 17, 2008

El bosque de cristal

Oh, pobre de la doncella casi inconsciente tendida sobre tal vil velo. Las faldas congeladas del invierno la yerguen sobre las raíces muertas, y el bosque le da sombra bajo la luz de la luna detrás de las ramas carcelarias. La infortunada damisela que tiñe de rojo las sábanas escarchadas de nieve, ve poco a poco caer los copos frágiles flotando desde el cielo nocturno. Casi se pierde en la lejanía entre los vastos árboles muertos de la cuarta estación, la virgen doncella, que no pierde la esperanza mientras cubre con sus manos la herida letal en su vientre sagrado.

Los cuervos velan su etérea presencia desde las oscuras alturas, fingen condescendencia pero esperan el festín de sangre. Qué desdichada doncella vestida de blanco, cada vez se torna más pálida, ¿por qué quiere fundirse en el hielo? Sus ojos se cierran, su cabeza tantea, su aliento desaparece.

Los aullidos agudos de bestias hambrientas resuenan desde el horizonte. La mirada perdida de la doncella no encuentra el cazador inclemente que la está asechando. Las grandes pupilas entre el océano de sus ojos se opacan de tanto esperar.

Siento tristeza por la joven doncella que aguarda desesperanzada el rescate heroico de su príncipe. El consorte enamorado que la busca sin tregua desde el amanecer; ojalá que el príncipe no crea que su pretendiente moribunda haya escapado para no volver jamás. ¡Cómo espero que el caballero la ame de verdad y no se rinda en su búsqueda!
Pobre damisela que no tiene fuerzas para pedir ayuda, su garganta se ha congelado de tanto tragar lágrimas; su cuerpo no podría sobrellevar un grito de auxilio. Su rostro juvenil muestra terror y sobresalto, sabe que morirá pronto; aún así busca aliento entre las doradas estrellas del cielo carbón. Con sus grandes ojos mantiene la vista hacia las luces parpadeantes, les pide deseos y pistas sobre el futuro, le cuenta sus sueños y querencias. Las estrellas son sus únicas compañeras esta noche, son especiales acompañantes en su último lecho, son las únicas que verán su luz apagarse.
Pero… qué son esas centellas que veo moverse entre las hojas transparentes de invierno, qué son esas dos esferas encendidas de rabia que destellan alrededor de la débil doncella tendida sobre el hielo.
Una figura se dibuja lentamente en cuanto sale de la oscuridad del bosque. Una doncella malvada se acerca tranquilamente entre copos invisibles hasta el borde de las manchas en la nieve y mira inclemente hacía la indefensa herida. Ahora que puedo ver mejor sus rostros bajo la luz plateada ambas doncellas muestran una semejanza familiar.

En agonía la pálida damisela extiende su mano ensangrentada en espera de alguna muestra de humanidad; pero sólo recibe una mirada inclemente y una expresión de desprecio. La oscura joven se inclina sobre la agonizante doncella pálida, y mientras ve rodar frías gotas por sus mejillas saca una brillante daga de su corpiño y agrava la lesión con una puñalada mortífera.

Entre una ahogado grito de sufrimiento la princesa tendida sobre la nieve mira por última vez las estrellas, se despide en su pensamiento de su amor prometido y sus ojos quedan empalidecidos como la nieve que la rodea.

Quisiera decir que parecía dormida entre el bosque de hojas traslúcidas y que fue arrullada por los copos cristalinos que caían sobre su perfil; pero sus facciones cadavéricas quedaron talladas en un grito silencioso y sus ojos sorprendidos verán al cielo para siempre.

La joven siniestra se aleja entre las sombras invernales mientras se escuchan galopantes los corceles de la corte real.

Fotografía: Justin Cooper