domingo, agosto 11, 2013

Capítulo I - Sombras del recuerdo fantasma

  1.  No hay noches largas en los valles de Vertiefung Höhle


 No estuve allí, pero puedo recordarlo. El presidio era grande, basto y oscuro, un gran bloque de concreto de veintiseis pisos. Por fuera se agrietaban celdas del tamaño de hombres, una sobre la otra como una colmena de almas. A lo lejos la estructura hacía un agujero perfectamente cuadrado en el atardecer, un portal gris plomo, seco y muerto que tragaba vidas. Sin colmillos las engullía, y creaba una masa de piel, órganos y huesos. Durante el medio día se podía escuchar el llanto de los hombres atrapados dentro, gritos de dolor que con los ojos cerrados hacía parecer que de verdad Sinisyys se los estuviera comiendo vivos.

La prisión más grande que jamás había existido, el temible cajón de Sinisyys; los que entraban nunca verían otros colores de nuevo, excepto el gris de la fachada, el azul de sus interiores, el negro de la piedra y la noche, el rojo de la sangre y el amanecer.


Por dentro, el piso, las paredes y el techo estaban esculpidos en una sola pieza en sodalita  azul y unidos entre sí por otras piedras y minerales ancestrales. Los amaneceres carmín resaltaban una capa cristalina que sobre el concreto se había formado por las precipitaciones; no llovía con regularidad, pero cuando caía agua del cielo se abatían pesadas gotas ácidas que podían irritar la piel y crear graves abscesos. La lluvia no carcomía mucho el recio concreto, pero sí formaba una película parecida a un cristal frágil que algunos exiliados usaban para drogarse. El cristal pulverizado era llamado Grieß, altamente adictivo, tenía propiedades analgésicas; pero en su exceso provocaba alucinaciones. Al final, siempre la adicción causaba un evenenamiento general que terminaba en una muerte violenta.

No se sabe qué dioses o demonios construyeron la prisión, ni a quién querían castigar encerrándolo allí; pero desde que el primer dominio politeísta de la región cayó, han encerrado a los exiliados en el lugar, y es seguro que no fue construida por ningún ser mortal. La cadena perpetua es la sentencia de la autoridad del reinado actual; pero cualquier condenado que entra se enfrenta a un veredicto diferente impuesto por los otros prisioneros. La muerte puede saludar a cualquier inquilino recién llegado a la cadena montañosa de Vertiefung Höhle, si El Concilio así lo decidiera.

No había estaciones en la tierra de Vertiefung Höhle, una larga cordillera airosa de piedra negra y arena infértil. Todo el año era verano, con un viento fuerte, constante y seco. A lo largo de casi 290 mil kilómetros se extendían los picos furiosos de Vertiefung Höhle como una cicatriz en los dominios de tierra media; y en uno de sus valles hondos se levantaba el gigante ladrillo gris de Sinisyys, el único pozo que albergaba vida humana en toda la región.

Las hendiduras de las profundas depresiones de la cordillera caían incluso kilómetros abajo, donde el suelo de derretía por la cercanía al centro de la tierra, algunos agujeros llamados Kamin des Teufels, o chimeneas del diablo, emitían gruesas nubes de un humo blanco que invadían el cielo naranja. A veces, la capa de humo era tan gruesa en la atmósfera, que no se podía ver el cielo durante días, el viento las soplaba fuerte hasta crear tormentas y ciclones que los prisioneros llamaban hämäys. Frecuentemente se habían visto paredes de hämäys que parecían sólidas bardas blancas. Si alguien se atrevía a adentrarse en ese mundo pálido o se veía atrapado en una tormenta por mala suerte, el humo le secaba el agua del cuerpo y le extinguía el oxígeno de los pulmones. Había algo peor que ser prisionero en Sinisyys, y eso era ser alcanzado por un hämäys, una muerte lenta, dolorosa y desesperante.

La luz solar en el cajón de Sinisyys duraba apróximadamente 18 horas diarias, el sol se ponía completamente en el horizonte durante otras seis. Frecuentemente algunos prisioneros perdían la cabeza por falta de sueño suficiente ya que los momentos de luz fuera de la prisión asemejaban al de cualquier otro desierto, intenso y constante. Quienes sucumbían en los trabajos forzados a las afueras de Sinisyys sufrían de perforaciones en la piel por el sol. La sodalita interna del recinto absorbía toda la energía del astro rey que afuera ardía, y las celdas brillaban horas aun después de que se había puesto el sol. Incluso las minas profundas no necesitaban muchas antorchas hasta después de la media noche.

El Concilio, sin nombre propio ni insignia, era la organización con más poder dentro de la Sinisyys; eran ellos quienes decidían cuáles condenados trabajarían extrayendo la piedra negra en las afueras, o perforando túneles en las minas para encontrar piedras preciosas. Los otros clanes aceptaban sin queja pero con mucho recelo las decisiones del Concilio, ninguno de los prisioneros podía saber con antelación cuándo llegaría otra entrega de nuevos condenados.

Recuerdo vagamente que acababa de anochecer en las afueras de las praderas de Grünland, el carruaje de tres metros era jalado por ocho caballos frisones, dos de los más grandes, de pelaje negro y espeso arrastraban con todas sus fuerzas el peso de la inmesa jaula con más de veinte prisioneros, dos guardias y un cochero obeso que, con un látigo rupestre, disfrutaba haciendo exaltar a las bestias con cada azote.

Las pisadas de los cascos de los caballo dejaron de hundirse y sonaban huecos ahora que cabalgaban sobre piedra lisa y negra que conformaba la cordillera de Vertiefung Höhle. El viaje, habría de durar varios días; cuando amaneció, el desolado panorama parecía sacado de una pesadilla. Largas agujas filosas negras salían del suelo, era difícil diferenciar tierra firme de un precipicio, mas a unos pocos pasos frente a la caída mortal, para cualquiera que no conociera el camino, caería a su muerte antes de siquiera darse cuenta que había dado un paso hacia la nada. El sendero era casi invisble ante el ojo inexperto, los únicos que parecían saber el destino eran los poderosos caballos, que nunca mostraron señales de fatiga o miedo ante tal escenáreo.


Los días pasaron lentos y confusos, en el horizonte destellaba un portal azul miniatura, nada comparable con la colozal estructura que de cerca sembraba temor en sus inquilinos. Otro día pasó entre laberintos de roca y montañas, antes de que se pudiera vislumbrar con claridad la tumba lejana que le esperaba a Zmaj Rakuuna, el único sobreviviente de la resistencia, el único que salió con vida del ataque brutal a su campamento que acabó con la vida de su ejército y su jefe de lucha, el líder Ammer Strakess, su mejor amigo.