Nunca fue un chiquillo normal. Tenía algo, algo que lo hacía distinto, algo fascinante, algo que cada vez se vuelve más cautivador, era, sin duda, un chiquillo especial. Quizás, a simple vista no parecía más que otro chiquillo de la calle más, pero cuando te acercabas a él, ahí estaba y era algo tán hermoso, tán natural. Para mí, el mero hecho de tenerle a mí lado, ya lo hacía todo maravilloso, tocar su clara y fina piel o simplemente contemplar su sonrojo ante ciertas situaciones o meras palabras, era mi mayor placer. Sostenerlo entre mis brazos, llenarme de su esencia el mayor tiempo posible, era lo único que necesitaba para sentirme realmente a gusto. Desde el primer día, desde ese breve pero intenso momento, que le ví, lo supé. Él tenía que ser mío.
Ahora, más que nunca, lo recuerdo con una claridad increible, como si hubiese sucedido ayer y me gusta, me gusta mucho recrearlo mientras la muerte lo prepara todo para llevarme con ella. Era uno de esos días perfectos para salir a dar un paseo por la zona más bella de nuestra ciudad o si bien para tomar sentarse en cualquier mesa de cualquier buen Café de la plaza y disfrutar de las vistas tomando cualquier cosa, un delicioso pastel, un café con hielo o una limonada. Aquel día, mientras, Derek y yo manteniamos una disfuncional a la par que entretenida conversación sobre mi primer libro, cerca de por donde estabamos, había una serie de personas repartiendo toda clase de panfletos. Ninguna de ellas me llamó realmente la atención, pues aunque eran muchachitas de muy buen ver, no tenían ese algo que yo andaba buscando desde, desde mucho tiempo atrás, pero cuando noté que alguien parecía estar tratando de llamar mi atención, tirando suavemente y con insistencia infantil de mi pantalón, la cosa cambió. Tanto Derek como yo, miramos hacía abajo y lo que vimos nos sorprendió gratamente. No parecía tener más de seis años, cabello negro, muy negro, piel muy clara y unos ojos que brillaban impacientes.
-¿Qué es lo que deseas de nosotros, chiquillo? -Preguntó poniendose a la misma estatura que el chiquillo con una sonrisa.
El chiquillo no dijo nada, simplemente nos entregó lo que parecían unas invitaciones y acto seguido se marchó. Fue en un abrir y cerrar de ojos. Derek observó las invitaciones y yo, yo me quedé como atontado. No podía apartar la vista de aquel chiquillo que cada vez estaba más y más lejos. Aún recuerdo lo que llevaba puesto, iba tán lindo, parecía un pequeño maestro de ceremonias, trajecito rojo a juego con una pequeño chaleco y corbata rojos, tan rojo como el deseo que despertó en mí. Guantes y camisa negra, tan negra como su pelo y una gran inicial muy bien cosida dorada, M. Creedme si os digo que desde aquel momento, no pasó ni un día ni una sola noche, que no me las pasase pensando en él. Fue una semana difícil, no podía concentrarme en nada más pero cuando Derek, una noche, decidió sacarme de mi cueva, fue como si el destino, el travieso destino, estuviese guiandome hacía él, hacía mi principe. Y lo más retorcido e ironico de todo es que él formaba parte del Midnight Cabaret, un burdel. Sed o no sed duros conmigo, lo que penseis ya no tiene importancia, pues no creo que vuelva a ver a mí principe nunca más.
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