jueves, mayo 27, 2010

I Am Bitching Again, Mom: un ensayo

Hace un tiempo, leía los resultados del Primer Rally Metropolitano de Escritores, el concurso de más alto perfil en el que he participado y heme ahí, mención de honor. Como ella fue quién me motivó a participar, llamé a mi chica, cabalgando sobre la euforia, andando de acá para allá en el apartamento. Esperaba que se emocionara, que se pusiera a dar gritos, que me dijera que iba a sacarme por ahí a beber; lo normal. Su reacción fue “ninguna de las anteriores.”

“Ah, qué bien” dijo. “Bien por ti.”

“¿Estabas dormida? Suenas como si alguien se hubiese muerto.”

“No, no. A ti te importan esas cosas de darte a conocer. Pues lo estás logrando. Te felicito.”

Qué ladilla con esta caraja, es lo que pienso mientras me mudo el auricular de oreja.

“Estoy impactadísimo por tu efusividad.”

“¿Qué más quieres que te diga? Ya, felicitaciones. Sabes, esto no cambia nada...”

Voy a matarla. Le voy a echar veneno para rata en el té. Ella va a estar caminando delante de mí y yo le voy a golpear la nuca con un martillo.

“…y yo sé que ahorita te sientes burda de bien y eso, pero cuando se te pase el bajón de adrenalina, verás que las cosas siguen igual. Y ahí te vas a acordar de…”

Una vez muerta, voy a prender al cadáver. Con gasolina. Me voy a desnudar y voy a bailar alrededor de la pira. Y va a ser arrechísimo.

“Oye, ehm, ¿qué tal si hablamos otro día?” le digo.

“Como prefieras.”

No creo que haga falta aclarar que las cosas terminaron poco después. Pero, aunque en aquel momento yo habría desestimado cualquier alegato que ella hubiese hecho, ahora que ha pasado agua debajo del puente, cuento con la imparcialidad para decir quién tenía razón en el debate: ella estaba en lo cierto y yo en lo correcto.

Una figura reconocida en el “ambiente literario venezolano” decía que, para publicar en este país, debías hacerte nombre, darte a conocer, ganar concursos. Era la forma de entrarle a las editoriales y crearte una reputación. Vamos a retroceder unos cuantos años más, ¿sí? Durante mi primer año en la universidad, la facultad de letras celebró un concurso de cuentos. El detalle estaba en que sólo los estudiantes de esa escuela podían participar. Yo tenía dos opciones: bajaba la cabeza y decía “bueno, ni modo” o improvisaba. Si hubiese optado por la primera alternativa, esta anécdota se habría acabado y habría sido estúpido sacarla a coalición, así que creo que puedes anticipar que improvisé. Hablé con una amiga y le dije “mira, entra en el concurso, que la historia la pongo yo.” Meses después, logramos el segundo lugar (de tres). Ella se llevó toda la “gloria,” por así decirlo y, entre nos, eso no me molestó en lo más mínimo. Mi política para concursar fue la misma que he mantenido a lo largo de la vida: no quiero ganar un premio para masturbar mi ego –ya hay muchos de esa casta por ahí; quiero participar para probarme que puedo. Hasta ese momento, nunca había competido realmente por lo que más me gusta hacer. ¿Qué mejor manera de empezar que en una facultad donde todos, al menos en principio, comparten mi afición?

Quería ser como el hermano de Meteoro: compito con todos los demás y no me importa que nadie sepa que soy Rex.

Y ahora que he ganado algunos premios (y perdido otros), te puedo decir que, al final del día, cuando todas las luces se apagan y la celebración se termina, las palabras de esa ex vuelven por la venganza. Porque, en efecto, estamos de vuelta al punto de salida. ¿Ha sido una pérdida de tiempo el concursar? No; midiéndome con los demás, por lo menos sé que puedo ser un escritor competente. Además, he ganado a un puñado de lectores fieles que mira que muchas veces lo impulsan a uno, en las que yo llamo “noches de terror” (“Nunca lo voy a lograr, el tiempo está pasando y yo sigo aquí, sin ser más novelista que ingeniero y qué cagada, chamo, yo no quiero vivir mi vida con un manuscrito encerrado en el clóset…”). Pero ¿han sido los concursos esa tarima desde la cual puedes hablar, como artista, y decirle al mundo que ahí estás? Difícilmente.

Afrontémoslo: si no tiene a unas go-go dancers sacudiendo el culo al ritmo de reggaetón, a nadie en Venezuela le importa. No te voy a decir que no tienes oportunidades de darte a conocer (más bien, es propio de nuestra era el fenómeno de la Internet Celebrity), pero siempre vas a alcanzar los mismos círculos, la misma gente, ese “renombre” está confinado a cuatro paredes bien delimitadas. Cuando vas a bautizos de libros, son los mismos rostros.

“Pero Victor” puedes decirme, “¿cómo puedes hablar así de la capacidad de los concursos si no has participado en alguno de los mayores concursos del país?”

Y yo te respondería “no preguntes boludeces, hijo.”

Pero como este es un ensayo, te contesto bien: ¿has conocido tú, lector ocasional, quién fue el último ganador de un gran concurso venezolano? Yo no puedo nombrar ni a uno. La otra persona que conozco que es tan maniática con los libros como lo soy yo, tampoco. No puedes acusarnos de que no nos interesa la literatura porque, a título personal, si me quitas mis libros, me estás empujando a una vida de sopor alcohólico. Y entonces, ¿dónde queda eso del renombre? Vamos, creo que puedes responder. Dilo sin pena. En el mismo círculo de “entendidos.”

Y ya que estamos tocando a esos concursos de renombre local, ¿por qué no hablamos de los autores aspirantes? Uno de los jueces de los antedichos certámenes redactó un artículo bien interesante sobre el tema, que a mí me rompió las pelotas, pero así, maaal. Empecemos por los temas tratados.

Es encantador, él es un hombre encantador. Y me contó el argumento de su nuevo libro. Y me dijo, ‘sólo quiero asegurarme de que no es una de esas novelas problemáticas,’ tú sabes. Y yo le dije, ‘Jimmy. Tu libro es sobre un negro homosexual que se enamora de un judío. ¿No te parece eso problemático?
—Truman Capote.

¿De verdad necesitamos más cuentos sobre el chamo de pueblo que se va a la ciudad y viceversa? No es una pregunta retórica, de verdad quiero que me respondan. ¿Hasta cuando la Venezuela rural? ¿Hasta cuando los chivos que hablan? ¿Hasta cuando el caos de Caracas y el tributo al tío o al abuelo? Doña Bárbara se escribió hace ochenta putos años y ¿no somos capaces de avanzar temáticamente? No estoy diciendo que hay que escribir sobre venezolanos en el espacio, pero coño, cuando Gallegos sacaba Doña Bárbara, Faulkner estaba sacando El Ruido Y La Furia. Parece que Venezuela siempre ha tenido, por sus contextos históricos, problemas para estar a la vanguardia literaria mundial. Hace nada, Mark Danielewski sacó Only Revolutions, Cormac McCarthy picó al frente con La Carretera, Bolaño con 2666 y la sátira está ganando un nuevo, e intensísimo aire. ¿Qué es lo que hacemos aquí? Lo mismo que hemos hecho siempre, sazonado con uno que otro fusil de Palahniuk.

Y aún cuando el mencionado juez estaba en plena consciencia de lo que estoy exponiendo, ¿quién resultó ganador ese año? Alguien que tocaba lo mismo dentro de lo idéntico. Excelente forma de impulsar al siguiente paso, broder.

Supongo que si me estoy quejando de algo, es del concepto de “concursa pa’ que lleves vida.” La visión que “los círculos literarios” tienen de sí mismos. Tiene, tiene que haber otra forma de hacer las cosas. Cada vez que entro en un blog literario anglosajón (cosa que hago con frecuencia, créeme) me da calambres estomacales compararlo con la realidad local. El carajo que más concursos literarios ha ganado en la historia es un viejito español que hace esa vaina porque le gusta, no porque esté aspirando vivir de la escritura (además, aclarando que “uno no puede vivir a base de concursos”).

Un gran hombre dijo que uno necesita tener héroes porque ellos te muestran lo que se puede lograr en la vida. Mientras Alan Moore pelea por dar el siguiente paso en la novela gráfica y Sami Järvi adapta narrativa de calidad a un formato digital interactivo, acá como que nos da dolor de bolas ser pioneros en algo.

Y ya, dejo de quejarme. Reconozco lo inútil de este texto. Porque la única forma de patearle el rabo al nudo gordiano es escribiendo. Alejandro Magno usó una espada porque nadie le dijo que la pluma es mil veces más afilada (y letal). Aprendamos de su error, entonces.


Gracias especiales a Blogger, por ponerse en particular asqueroso hoy y no dejarme cargar las imágenes, que le daban gustico satírico a la vaina. Qué lindo es contar con ese aporte de Blogger.

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