Tuve un sueño contigo, ¿sabes?
De repente te vi tras los destellos de una luz intermitente: aparecías y desaparecías como un espanto. Eras un espíritu iracundo que sólo se paraba allí, frente a mí, con cara de odio. Y de pronto, desapareciste, bajé mi mirada y vi mi mano llena de sangre. Extraña sangre fría. ¿Te había matado como en alguna tragedia griega? ¿Habría matado a lo que más amo en el mundo? No lo creo; porque yo no te amo, ni pensarlo… sólo me agradas.
A veces me saludas de lejos, a veces con un beso flotante. Sí, sólo me agradas. Desperté lentamente y vi mi mano empapada porque había dejado la ventana abierta. Llovía a cántaros y la vidriera junto a mi cama era un portal de chispas transparentes, hiperactivas y frías.
Regresé a enterrar mi cara entre las almohadas y volví a soñar contigo: caminaba por las galerías de una gigantesco museo de muñecas, luego te vi allí, sentado, como reflexionando. Levantaste la mirada, sonreíste y me preguntaste cómo estaba. Te respondí con una sonrisa -porque me agradas- y seguí mi camino recorriendo las galerías.
Tenía puesto un uniforme de colegiala japonesa y llevaba un morral con armas de ninja, el cual me aseguré de que notaras para que pensaras que era buena onda. No todos los días se conoce a una ninja encubierto de colegiala japonesa. Debí sacarte un “Wuao” de la boca; pero no sabría decir porque no volteé a mirarte mientras me alejaba.
Esta vez no desperté antes de tener otro sueño. Una persona indeseable entraba en nuestro salón de clases y yo moría de la desagradable sorpresa. Entonces me miraste sonriendo como si supieras lo que estaba pensando. Debe ser que yo también te agrado. Fruncí mi ceño y te dejé ver mi preocupación.
Pero, desperté y no volví a dormir por el resto de la noche. Seguía rugiendo una tormenta fuera de mi ventana.
No sé por qué soñé contigo.
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