El muchacho escuchó a su peludo compañero sin dar credito a lo que acababa de llegar a sus oidos. ¿Entonces aquel no era el hombre al que tanto quería y respetaba? Como la verdad le resultó imposible de asimilar, miró a su compañero como si estuviese loco, como si el que era incapaz de aceptar la realidad fuese él. El viejo hombre-bestía ya le había advertido, su misión era estar con él, guiarle pero su señor nunca dijo nada de dar la vida por él, por lo que cuando Zelgadiss se encaró a la replica, no se molestó en frenarle.
-¡Si es un usurpador, digamelo! ¡Quiero oirlo de tus labios! -Exclamaba suplicante.
-No lo soy. -Le respondió el alto caballero ataviado con tunica de elegante color rojo. -Y me duele que pienses eso de mí. -Añadió entristecido.
Dilgear le miró con desprecio. Cierto que lucía igual que su señor, su buen señor, pero Dilgear no sentía el aura de su señor. Era como si aquel individuo no tuviese aura. Sólo se percibía una fuerte esencia magica. El muchacho, pues aún era joven, en cambio sólo veía lo que sus sentidos humanos le mostraban. Gracias a Dilgear, había logrado amansar a la criatura infernal que se proponía corromperlo pero sus conocimientos magicos seguían siendo bastante limitados, peor, no se encontraba preparado para aceptar su nueva condición, se había obsesionado con la remota posibilidad de que podría regresar a su antigua vida. Debiendo de ser ese el motivo, el muchacho, haciendo un esfuerzo por aclarar sus ideas, lanzó la pregunta que tanto tiempo deseaba plantear al gran sabio de rojas ropas.
-Bien... Entonces, expliqueme porque me ha abandonado con esta horrible forma. ¿Es que ya no me aprecias? -
La voz del muchacho temblaba, a pesar de los esfuerzos que hacía por mantenerla clara y firme. Dilgear observó como el muchacho, a pesar de su aterrador aspecto, se comportaba de modo similar al de un crío vacilante, inseguro, atemorizado ante la figura paterna. El hombre-bestía supusó rapidamente que aquella situación era tan necesaria como desgarradora para el muchacho. Los ojos de Dilgear cambiaron de posición, la curiosidad le invadía, pues la replica se encontraba entre la espada y la pared. Ciertamente, el hechicero jamás habría previsto que las cosas se desencadenarían de ese modo. En realidad, aquella figura debería haberse esfumado pero ya se sabe, la carne es debil pero la voluntad es fuerte. El deseo de seguir vivo era lo que le había conducido hasta aquella situación, por lo que tendría que improvisar pues la vida, a menudo, es pura improvisación. Siendo consciente de que ambos individuos esperaban una respuesta, dió un hondo suspiro y con la mayor calma posible, se dispusó a darla:
-Tán sólo prentendía complacerte, haciendote más fuerte. -
Aquello para el muchacho fue toda una sorpresa pero fue mucho mayor para Dilgear, que no contaba con que la replica pudiese albergar recuerdos.
-Tú deseabas ser un gran caballero. Cada noche te entrenabas a escondidas con la esperanza de fortalecer tu cuerpo pues una armadura es un elemento pesado. -Le explicó.
-¿Có-Cómo sabe eso? Ni Rodimus ni Zolf ni Dilgear, aqui presente, lo sabían. -Quisó saber el muchacho estupefacto. -¿Me espiaba? -
La curiosidad de Dilgear aumentaba. Jamás se hubiese imaginado que su señor obraría de esa manera, de esa manera tán posesiva, tán enfermiza. ¿O quizás sí? Los amarillentos ojos del hombre-bestía y los todavía bonitos, a pesar del leve tono rocijo superpuesto, ojos del muchacho estaban clavados en él. Ambos parecían querer saber más, especialmente el muchacho.
-¿Me espíaba? -Insistió al no obtener una respuesta inmediata.
-¡No! -Exclamó sintiendose herido. -Simplemente, en una de esas largas noches sin conciliar el sueño, dando un paseo por la zona, una serie de sonidos atrajeron mi atención, di unos pasos hacía el lugar pero al escuchar tu voz, me marché. -
Aunque para la replica compartir ciertas cosas no le era difícil, se sentía tán avergonzado como el hechicero. Él ignoraba los motivos por lo que el muchacho no se encontraba en la residencia con la ayudante, los pupilos o los guardaespaldas del hechicero pero viendolo como a un hijo, le dió la respuesta que consideró más favorable para él, basandose en un recuerdo.
-¿Eso significa que no me usó para uno de sus experimentos? -Volvió a preguntar el muchacho iluminandose su expresión.
-¿Para un experimento? ¿Quién te dijo eso? Yo siempre he deseado lo mejor para tí. -Le confesó la replica, que albergaba fuertes sentimientos de amor hacía el confuso muchacho pues el hechicero los tenía. -Y es por eso, que me gustaría pedirte que regreses conmigo. -
El muchacho satisfecho, feliz de que todas sus dudas se hubiesen resuelto con tan buenos resultados, caminó hacía el gran sabio pero a mitad del camino que los distanciaba, Dilgear, con gran agilidad, le frenó el paso. El muchacho disgustado le gritó:
-¡¿Dilgear, qué demonios estás haciendo?! -
-Cumplir con los deseos de Rezo, el aútentico. -Soltó el hombre-bestía con orgullo.
Esas palabras resultaron muy desagrables para la replica, que previendo las intenciones de Dilgear, se vió obligado a atacarle. Dando un pequeño golpe con el plateado bastón, que emitió un inolvidable sonido, el cuerpo de Dilgear se volvió rigido, adoptando un color y una textura identica a la piedra. El muchacho contempló a Dilgear, que en pocos instantes, retomó su forma forma normal y agarrando al muchacho con una de sus fuertes y peludas manos llena de garras, se elevó bramando, con su ronca voz, mucho más que la del muchacho:
-¡Levitación! -
Dilgear se alzó y hasta no llegar a una altura consideraba no paró de ascender, con el muchacho bien cogido. En tierra firme, la replica, frunciendo el ceño, se marchó pues aunque deseaba que el muchacho regresase, no deseaba lastimarle. Dilgear llevó al muchacho a la cueva en la que se habían hospedado desde que el hechicero le ordenó encontrar y ocuparse del muchacho. A pesar de la brisa que acariciaba su frio rostro de piedra, el muchacho no se sentía despejado, deseaba tomar tierra para mantener una merecida disputa con el hombre-bestía pues su comportamiento le resultó extraño y traicionero. Esa sería la última vez que el muchacho se encontraría con su señor.
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