domingo, abril 11, 2010

Yo Fui Un Zombi Adolescente (II)


Esto se va a poner feo.

Es un día hermoso. El sol brilla, los pajaritos cantan y vuelan contentos, las ardillitas corren de acá para allá. En el parque de la ciudad, los niños comen helados y las parejas de enamorados suspiran encantados.

—Tipo, eso fue tan innecesario.

Subrayando lo evidente.

El infeliz está tirado en el suelo, un charco escarlata cada vez más grande, saliéndole del cuello y de una muñeca. Pancho y yo tenemos las bocas manchadas de sangre. ¿De verdad hace falta que explique qué pasó aquí?

—Deberíamos esconder el cadáver —digo—. ¿Estás seguro de que nadie nos ha visto?

—Seguro. ¿Dónde lo escondemos?

Mirando al desastre, me pongo las manos en la cintura.
La misma necesidad de atacar que cuando la señora McGruder me señaló con su huesudo índice. Hay flashes blancos y rojos ante tus ojos, un ardor expansivo en la boca del estómago y, cuando recuperas la conciencia, hay algo de qué arrepentirte.

—Muy bien, Pancho. Sólo tenemos que mantener la calma.

—Muy bien, muy bien. Tenemos que descubrir quién nos hizo esto, tipo.

Un pajarito viene volando, sus alitas azules bien extendidas al planear durante el último tramo de su viaje, para posarse en la cabellera de nuestra víctima. Da dos saltitos al frente y empieza a comerse el oscuro pasto de cabello.

—¡Shú, shú! —lo espanta Pancho, manoseando.

—Tenemos que ir a casa de Tim.

Pancho me mira a la cara, sus ojos apenas hundidos en las cuencas, su piel apenas poniéndose amarilla.

—¿Por qué a casa del gótico marica? —pregunta.

—Ese carajo estaba metido en la brujería. Creía que iba a ser un warlock o un santero vudú o una vaina rara. Él puede orientarnos de cualquier manera. Al menos estaremos mejor que parados aquí, matando gente.

Pancho se rasca la nariz y luego la frente.

—No sé, tipo. Tim tiene el pelo largo.

Me quedo esperando a la segunda parte de ese comentario, un fragmento que le dé sentido y relevancia a lo que acaba de decir. El antedicho comentario nunca llega.

—O sea, también podemos ir a ver a Madame Candela.

—¿Qué? Esa es una idea estúpida, Pancho.

—¿Por qué estúpida? Sale en la tele y te lee las cartas, te dice lo que te depara el futuro…

—Esa caraja es un fraude.

Pancho tiene el resto de sus alegatos entre los labios. Deja de decirlos y cruza los brazos.

—Ok, Darío. Porque tú te las sabes todas. Dime por qué es un fraude.

—No puedo decírtelo, sólo… confía en mí. Vamos a ir a casa de Tim ahora mismo y si eso no nos ayuda en nada, es entonces que podremos considerar nuestras opciones.

—Bueno —dice Pancho asintiendo, su rostro se ha convertido en una máscara de sarcasmo—. Es una mejor idea que la mía, porque un adolescente es obviamente una mejor opción que…

—Guh-uk.

Yo no dije nada. Pancho se interrumpe y se queda congelado. El sonido vino de abajo. A nuestros pies.
Volteamos, esperando la confirmación visual de un horror que ya se ha dibujado en nuestras mentes.

—Arrrgh. Garrrrgh.

El tipo abandonó su papel de “aperitivo muerto” para sentarse con los ojos en blanco, ganándose el rol de “comensal no-muerto.” Ante nosotros, se pone de pie. El hoyo que tiene en el cuello sigue sangrando y le cambia de color todo el lado derecho de su franela blanca. Inclina la cabeza a un lado y abre la boca.

—¡Por el amor a dios! —el grito es de una mujer entrando al parque— ¡Un zombi!

—¡Garrrrgh!

Ella se va corriendo con los brazos al aire y, detrás de ella, un muerto viviente que arrastra un pie y deja un rastro de sangre que le sale de la muñeca.

—Creo que mejor nos apuramos, tipo.

—Síp.

Emprendemos camino, andando como dos personas normales, muy diferentes del bamboleo ebrio del zombi que hemos creado. Y entonces es que la idea me viene a la mente. Ya mordí a la señora McGruder. Me da terror preguntarle a Pancho si esta no es la primera vez que le sucede algo así.

—Espérate, espérate —detengo a mi camarada cadáver—. Tenemos que comportarnos. No podemos atacar a nadie más en el camino y si el ansia de sangre viene de nuevo, pues lo superaremos con toda nuestra fuerza de voluntad. Somos más fuerte que lo que nos está pasando, ¿ok?

—¡Claro que sí, carajo!

—¡Ok! ¡Vamos a casa de Tim!

Mordimos a siete personas más en el camino.

Para cuando llegamos a la casa de aburrida fachada, estamos cubiertos de sangre. Tres de esas personas murieron con prontitud (una se lanzó corriendo al tráfico), para levantarse convertidos en muertos vivientes. Las reglas de la matemática aparecen danzando ante mí. Tú conviertes a alguien más. Ese alguien a otras dos personas. Esas dos convierten a dos zombis cada una. Somos los eslabones que conforman una cadena que arrastra al fin del mundo.

Mi mayor preocupación de anoche era la velocidad con la que se descargan los videos de YouPorn.

—Pancho. No podemos entrar así a la casa de Tim.

—¿Qué? ¿Por qué?

Estamos cubiertos de sangre.

—No podemos, viejo. Ven. Vamos a entrar por la ventana de su cuarto.

Somos dos cadáveres andantes que se esconden entre los matorrales. Con piedritas, anuncio nuestra llegada, dándole al cristal enmarcado. Pudo impresionarme que cuando Tim abrió y nos vio, no le pareció que nada estaba raro. Pudo impresionarme esa apariencia de estar esperando a que esto pasara. Pero lo que me impresionó cuando nos vio fue como alzó las cejas, sonrió en cámara lenta, levantó los puños al aire y gritó:

—¡Lo logré!


¿Estarán nuestros héroes ocasionando el fin de la civilización? ¿Por qué (y cómo) Tim ocasionó este necrótico embrollo? ¿Qué pasa cuando un zombi trata de comerse un patacón? ¡Todo esto y más en la siguiente entrega de Yo Fui Un Zombi Adolescente!

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