miércoles, noviembre 03, 2010

NO HABRÁ FLORES...

-Ahora, siendo capaz de leer, tras leer aquellos cuentos o novelas infantiles que maravillaban tanto a Blackfield, me he dado cuenta que quizás no era tán monstruoso, simplimente, al vernos como iguales, tendía a demostrarnos su amor, como lo hace generalmente la gente apasionada.
-Sí tu lo dices... Yo sólo le seguía el juego. -Sentenció M, tratando de abandonar la cuestión lo antes posible. -Además nosotros nunca seremos como Alicia o Peter porque Blackfield nunca fue como Carroll o Barrie.
M o hace mucho, Michael, comenzó a caminar, no quería permanecer allí ni un minuto más, no quería adentrar más la mano dentro del baúl de los recuerdos. Lo pasado, pasado está. W corrió tras él, sin decir palabra. Al salir del recinto, una fuerte y fria rafaga de viento le despeinó sus oscuros cabellos, impediendole ver. Hasta que no logró retar sus largos mechones, que se habían quedado esparcidos, unos contra otros, no logró ver a su amigo M, marcharse. Ese cementerio era una gran explanada verde, que le confería un aspecto tranquilo a la par que imponente. A W le gustaba el modo en que fueron construidos los nichos pues daba la sensación de laberinto. W aún seguía teniendo una imaginación propia de un chiquillo. Sacando con maximo cuidado su violín de su elegante fnnda, regalo de Blackfield, se pasó larga parte de la mañana tocandolo. Comprendiendo que comenzaba a llover, lo guardó, con el mismo cuidado que al haberlo sacado pero con más rapidez y abandonó el lugar corriendo. Sin paraguas y pocos lugares a los que acudir, dirigió sus pasos a la plaza, aquella plaza en la cúal había tocado tantas melodias, buscando un poco de cobijo. Como se solía hacer hace millones de años, entró apresuradamente a la gran catedral.
-¿Qué haces en un lugar sagrado como este? Largo de aquí, fulana.
-¿Fulana? -W repitió, más que enfadado, sorprendido y añadió. -No tengo otro sitio donde guarecerme de la lluvia, me acojo a sagrado, hasta que pare de llover.
El cura le miró con cierto gesto de desaprobación pero le permitió quedarse.
-En cuanto, cese la lluvia, te vas. -Le dijó con un dedo alzado de modo amenazador.
Ese estaba siendo un día horrible para W. Sin embargo, no parecía muy hecho polvo. Abrió la funda de su violín y sacando un libro, chupandose los labios, se dispusó a leerlo. Pasado un rato, la lluvia pasó, W apenas se enteró, estaba realmente absorbido por la historia que estaba leyendo, el cura, posando una mano sobre su hombro, tuvó la amabilidad de traerle de vuelta al mundo real:
-Ya ha parado de llover.
W cerró el libro inmediatamente, pues el cura le miraba impaciente, lo guardó y salió de allí con el maximo silencio posible. Si no fuese por aquel cura tán desagradable, W habría ido con más frecuencia a la catedral pues era un lugar perfecto para leer o meditar.
-¿Te llamó fulana y trató de echarte? No me extraña, el Padre John es así. -Le decía S, que para ser cura era mucho más atractivo y agradable que el cura de la catedral.
A W le hacía sentirse bien, normal, incluso aceptado, por lo que siempre que podía, se pasaba a verle aunque eso significase encontrarse con R o con otros tipos de bata con caracter difícil. S era lo más parecido a un santo que W conocía. S solía mirarla con una expresión similar a la que Blackfield solía adoptar, como si fuese la cosa más linda y especial del mundo. Hacía ya varios años que Blackfield había muerto y W aún pensaba en él, era incapaz de olvidarle, para M tampoco era fácil. M, que vivía en casa de Lautremount, en la segunda planta, podía hablar de ello con una soltura espeluznante, sin una lagrima pero cuantas menos vueltas le diese, mejor porque era remover mierda sin solución. Prefería concentrarse en el día a día. Aquella mañana fue al cementerio, simplemente por W, W le suplicó que le acompañase. Entre tontas y locas, comenzaron a hablar sobre ello, a trazar un perfil del escritor, a buscar, si esque la tenía, la cara buena del particular escritor y como tantas otras veces, cada uno tuvo que guardarse sus propias deducciones para no herir al otro. Dimitri, era, en opinión de M, otra pieza importante para componer ese rompecabezas. A M le habría gustado verlo por allí, más Dimitri no fue. M podia comprender perfectamente sus motivos, porque sus motivos tendría.

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