Hace muchísimo que no comparto por aquí ningun dibujo. Aquí os dejo a Lina, protagonista indiscutible de Slayers, concentrandose en un hechizo que le saque de ese apuro, uno de los muchos que sufre XD Espero que os guste, me he esforzado mucho.
martes, noviembre 23, 2010
miércoles, noviembre 03, 2010
NO HABRÁ FLORES...
-Ahora, siendo capaz de leer, tras leer aquellos cuentos o novelas infantiles que maravillaban tanto a Blackfield, me he dado cuenta que quizás no era tán monstruoso, simplimente, al vernos como iguales, tendía a demostrarnos su amor, como lo hace generalmente la gente apasionada.
-Sí tu lo dices... Yo sólo le seguía el juego. -Sentenció M, tratando de abandonar la cuestión lo antes posible. -Además nosotros nunca seremos como Alicia o Peter porque Blackfield nunca fue como Carroll o Barrie.
M o hace mucho, Michael, comenzó a caminar, no quería permanecer allí ni un minuto más, no quería adentrar más la mano dentro del baúl de los recuerdos. Lo pasado, pasado está. W corrió tras él, sin decir palabra. Al salir del recinto, una fuerte y fria rafaga de viento le despeinó sus oscuros cabellos, impediendole ver. Hasta que no logró retar sus largos mechones, que se habían quedado esparcidos, unos contra otros, no logró ver a su amigo M, marcharse. Ese cementerio era una gran explanada verde, que le confería un aspecto tranquilo a la par que imponente. A W le gustaba el modo en que fueron construidos los nichos pues daba la sensación de laberinto. W aún seguía teniendo una imaginación propia de un chiquillo. Sacando con maximo cuidado su violín de su elegante fnnda, regalo de Blackfield, se pasó larga parte de la mañana tocandolo. Comprendiendo que comenzaba a llover, lo guardó, con el mismo cuidado que al haberlo sacado pero con más rapidez y abandonó el lugar corriendo. Sin paraguas y pocos lugares a los que acudir, dirigió sus pasos a la plaza, aquella plaza en la cúal había tocado tantas melodias, buscando un poco de cobijo. Como se solía hacer hace millones de años, entró apresuradamente a la gran catedral.
-¿Qué haces en un lugar sagrado como este? Largo de aquí, fulana.
-¿Fulana? -W repitió, más que enfadado, sorprendido y añadió. -No tengo otro sitio donde guarecerme de la lluvia, me acojo a sagrado, hasta que pare de llover.
El cura le miró con cierto gesto de desaprobación pero le permitió quedarse.
-En cuanto, cese la lluvia, te vas. -Le dijó con un dedo alzado de modo amenazador.
Ese estaba siendo un día horrible para W. Sin embargo, no parecía muy hecho polvo. Abrió la funda de su violín y sacando un libro, chupandose los labios, se dispusó a leerlo. Pasado un rato, la lluvia pasó, W apenas se enteró, estaba realmente absorbido por la historia que estaba leyendo, el cura, posando una mano sobre su hombro, tuvó la amabilidad de traerle de vuelta al mundo real:
-Ya ha parado de llover.
W cerró el libro inmediatamente, pues el cura le miraba impaciente, lo guardó y salió de allí con el maximo silencio posible. Si no fuese por aquel cura tán desagradable, W habría ido con más frecuencia a la catedral pues era un lugar perfecto para leer o meditar.
-¿Te llamó fulana y trató de echarte? No me extraña, el Padre John es así. -Le decía S, que para ser cura era mucho más atractivo y agradable que el cura de la catedral.
A W le hacía sentirse bien, normal, incluso aceptado, por lo que siempre que podía, se pasaba a verle aunque eso significase encontrarse con R o con otros tipos de bata con caracter difícil. S era lo más parecido a un santo que W conocía. S solía mirarla con una expresión similar a la que Blackfield solía adoptar, como si fuese la cosa más linda y especial del mundo. Hacía ya varios años que Blackfield había muerto y W aún pensaba en él, era incapaz de olvidarle, para M tampoco era fácil. M, que vivía en casa de Lautremount, en la segunda planta, podía hablar de ello con una soltura espeluznante, sin una lagrima pero cuantas menos vueltas le diese, mejor porque era remover mierda sin solución. Prefería concentrarse en el día a día. Aquella mañana fue al cementerio, simplemente por W, W le suplicó que le acompañase. Entre tontas y locas, comenzaron a hablar sobre ello, a trazar un perfil del escritor, a buscar, si esque la tenía, la cara buena del particular escritor y como tantas otras veces, cada uno tuvo que guardarse sus propias deducciones para no herir al otro. Dimitri, era, en opinión de M, otra pieza importante para componer ese rompecabezas. A M le habría gustado verlo por allí, más Dimitri no fue. M podia comprender perfectamente sus motivos, porque sus motivos tendría.
lunes, noviembre 01, 2010
VIEJAS HERIDAS
Alicia, Oh pequeña Alicia,
Aleja, alejate, de los espejos,
de las fantasias, de todo lo que te hace dudar,
de todo lo que hace sentir grande y luego pequeña,
Aleja, alejate, de los conejos blancos y los gatos atigrados,
Aleja, alejate, de los hombres que cuentan historias de sombrereros y reinas.
Era un buen poema, lo recitaban a alta voz cada vez que Blackfield pasaba cerca. Wolf era otro escritor de indecente modo de vida, que conseguía, dada su larga vida en el mundillo, en pocas palabras, lo que quería. En aquellos momentos, lo que más quería era fastidiar a Jules Blackfield. Wolf sabía de la admiración que sentía Blackfield por Lewis Carroll. Blackfield se sentía, en unas cuantas cosillas, identificado con Carroll. Wolf, se jactaba de saber por qué. Realmente, el poema, no lo escribió Wolf, Wolf le pidió a la única escritora femina del grupo denominado por ellos mismos, Groteskos, que le escribiese algo, algo relacionado con Alicia en El país de las maravillas. Karen aceptó pues si a Wolf le gustaba, le pagaría una buena suma de dinero, dinero que en su estado, embarazada y sin hogar, le vendría de maravilla. Karen, para ser mayor que Blackfield, siempre lucía joven, de la edad de Blackfield o asombrosamente menor. Con sus rasgos finos, sus cabellos dorados revueltos y su actitud caprichosa. Blackfield deducía que de niña habría sido una de esas que suplicaban a sus adinerados padres poder dar clases de ballet. Blackfield no andaba desencaminado. Karen y Blackfield solían tener largas conversaciones cada vez que se encontraban en el Midnight Cabaret o en algún certamen prohibido.
-¿Cómo lo haces? -Le solía preguntar Blackfield totalmente fascinado ante la belleza infantil de Karen.
-¿El qué? -Mascullaba ella, tratando de colocar algunos mechones de su revoltoso cabello.
-Eso. -Le trataba de explicar o al menos, indicar él. -Esa luz propia de las hadas que desprendes...
-Ah... Ya... Supongo que es cuestión de suerte, mi madre era una actriz muy guapa...
Karen se sentía bien junto a Blackfield, sentía que tenía a alguien tán inusual como ella, con el que poder hablar de cualquier cosa e incluso ser una misma. Un día, como capricho del destino, se encontraron en mitad del viejo parque. Karen ya tenía a su hijita nacida, se había casado y aunque apenas escribía, se sentía muy orgullosa de su misma. Blackfield, en cambio no parecía haber cambiado mucho su estilo de vida. Sus miradas se encontraron, los ojos de él brillaron y los de ella, se abrieron y se cerraron varias veces pues parecía incapaz de asumir que estaba frente a él. La pequeña y preciosísima Rachel le miraba con curiosidad, llevandose algunos dedos a la boca. Era tán rubia como su madre y sus ojos eran tán expresivos, tán claros y verdosos como el agua marina. Karen sonrió ampliamente al pronunciar su nombre.
-Jules...
-Karen. Qué alegria volver a verte.
Blackfield también sonreía. Fue un momento tán hermoso, tán hermoso que parecía irreal, un sueño o una imaginación. Karen, posó sus dedos sobre el rostro de Blackfield. Era real, Karen no estaba sufriendo una ensoñación. Últimamente sufría muchas, cosa que preocupaba a su marido, ciego pero para nada tonto. Dieron un largo paseo y charlaron de tantas cosas...
-Veo que tú niñita ya ha salido de tu vientre.
-Sí y me costó lo suyo hacerla salir. -Le confirmaba Karen besando a Rachel en la frente. -¿Y tú? ¿Qué has estado haciendo durante todos estos años?
-Escribir. -Respondió Blackfield encongiendose de hombros.
-¿Sólo? Estoy segura que has hecho muchas cosas más, conque se sincero. -Le acribillaba Karen, ansiosa por confirmar ciertos rumores.
-Bueno, he tenido algunos problemas en el Midnight Cabaret pero ahora todo va bien...
Karen se paró en seco, arqueando una ceja miró fijamente a Blackfield. Deseaba preguntar qué clase de problemas habrían sido pero mirando a su hija, que le devolvió la mirada con una entrañable sonrisita, preferió callar y seguir adelante. Se decían tantas cosas.
-Por cierto, el poema, ese que Wolf y los demás aún me recitan gritando, sé que no lo escribió él. No dejes que se lleve la gloria, es precioso y muy interesante. Wolf jamás sería capaz de escribir así.
Dicho eso, Blackfield, se despidió de ella, alzando una mano agitada varias veces, mientras avanzaba hacía la salida del gran parque, dejando a Karen con Rachel, sola y avengonzada.
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