martes, octubre 26, 2010

RECUERDOS DE ¿UN TIEMPO MEJOR?

ATENCIÓN:
Es posible que esta historia tenga contenido subidito de tono...

Sophie era clavadita a su madre, María, su abuelita no dejaba de decirselo asombrada. Los mismos cabellos finos que se enredaban ondulantes, la misma clara y fina piel y unos ojazos preciosos, azules, tán azules como los de María. Aunque, al ir pasando los años, el color del cabello de Sophie, iría volviendose rojizo. Normal, teniendo en cuenta que su padre era muy pelirrojo. María, a pesar de verse obligada a desprenderse de su hija, al poco de ingresar en el único psiquiatrico de la ciudad, jamás dejó de querer a su hija. Es posible, que nunca llegase a ser una madre como era debido pero se esforzó todo lo que pudó para tenerla a su lado y quizás al serle negada su maternidad, en vez de mejorar sus males mentales, fuese motivo de empeoramiento. Por fortuna, Von Klauss, el psiquiatra que decidió ocuparse de ella, harto de tanto inepto, pidió que la pequeña Sophie fuese a parar con su abuela hasta que María lograse reponerse. Von Klauss logró lo que tantos jamás lograron, crear una unión con ella, conseguiendo su confianza. Fueron tiempos duros para María, se vió obligada a quitar el velo que su propia mente había creado tapando vivencias que sin ese velo, habrían acabado con ella mucho antes. Para la pequeña Sophie, el momento más feliz de su vida fue cuando su madre, su especial madre, la abrazó. Si Sophie hubiese podidó detener en tiempo, lo habría hecho en ese instante. Tanto María como Sophie prolongaron el momento todo el tiempo que les fue permitido, un largo abrazo. Incluso Von Klauss, que acompañaba a María aquel día, se vió forzado a separlas pues debían volver de inmediato al psiquiatrico. Sophie lloraba viendo como su madre se alejaba siendo arrastrada por ese hombre. Durante mucho tiempo su comportamiento fue a peor.
-Esta actitud no te conviene, no sé si lo sabrás, pero así no volverás a ver a tu hija. -Le decía una y mil veces Von Klauss. María no era ni idiota ni peligrosa pero a menudo era todo un desafio tratarla. Los psiquiatras más irritables, acababan ordenando que la sedaran pero Von Klauss, que a veces acababa la terapía a gritos, no le apetecía usar esa tactica, era demasiado arrogante. No sólo María le daba problemas, había otro paciente realmente difícil al que tratar. Mandandolo todo a la mierda, una vez decidió tratar a ambos juntos. Al parecer habían compartido una serie de vivencias juntos.
-Por la expresión de sorpresa en tu cara, deduzco que ya os conociais.
-Más o menos. -Le confirmó en esa ocasión, única e irrepetible, el otro paciente. Esa pequeña dosis de información le dió animos para intentar descubrir sus diferentes trastornos o males venían de la misma fuente. Von Klauss exclamó arqueando una de sus puntiagudas y oscuras cejas:
-¿Así? Hablemos de ello.
Ambos pacientes se alteraron, como bien supusó que harían Von Klauss. Von Klauss era ferreo seguidor del psicoanalisis, las indirectas y el sarcásmo. Tanto él como María, se negaron a hablar de ello. Von Klauss, muy astuto por su parte, logró su objetivo, ofreciendoles dos opciones:
-Bien, como veo que no vais a decir ni mu y estoy segurísimo que es debido a la presencia del otro, primero me lo contará uno y luego el otro o bien tendré que hipnotizaros y sacaroslo de un modo más traumatico, reviviendolo mediante la hipnosis...
-Qué cabrón eres. -Le soltó el paciente sonriendole con malicia. Le habría encantado probar eso de la hipnosis pero por María, eligió la primera opción. -No me gusta hablar de ello, pasó hace mucho pero en fin. Te lo contaré pero con una condición, que María no se veía obligada a contartelo después.
-Como quieras. -Dijó y dirigiendose a María, dijó con voz más aterciopelada. -María, puedes volver a tu habitación.
Maria salió y acompañada por una fortota enfermera marchó hacía su habitación. El paciente se acomodó en la silla, a pesar de la ropa usada y asimetrica del psiquiatrico, su manera de colocarse en la silla, gesticular y hablar, le conferían un aire muy distinguido, vamos que ese de demente nada, en todo caso, un psicopata o un narcisista.
-Verá, como ya sabrá, desde bien joven me he visto obligado a vender mi inocencia al mejor postor en El Infierno. Uno de esos tipos resultó ser Jules Blackfield, un gran escritor, muy talentoso, inteligente y con una oscura pasión, que como Ud podrá decir no es otra que la denominada Pedofilía erotica. Sí, estaba loco por mí, ardía de un creciente e infrenable deseo, muy sexual, por mí. Ella, al ser la hija de una amiga de su encantadora pero ingenua esposa, pasaba mucho tiempo en su gran mansión, al igual que yo o otros chicos. Recuerdo que era muy habilidoso a la hora de dar placer...
-Vaya, vaya... Pobre señorita Juliette. ¿De verdad eras tú aquel chiquillo? -Preguntó Von Klauss sorprendido pues Jules Blackfield fue tratado, a petición expresa de su esposa, por su padre, el eminente primer Doctor Von Klauss.
-Efectivamente, era yo. -Aseguró el paciente con una sonrisa entre orgullosa y desgarrada. Fue ahí, que la conversación desembocó en otro tema, más, inapropiado.
-No me malinterprete, al igual que cualquier chiquillo expuesto a tales situaciones, me sentía incomodo, avergonzado y culpable. Fue a partir de los doce o los trece años que empecé a disfrutar de todo aquello. Con seis o siete años, se me ocurrían cosas muy estupidas por la cabeza. Qué debía de estar enfermo porque cuando el me tocaba sentía un calor anormal o cuando me penetraba, deseaba que eso que trataba de meter, lo metiese de una puta vez. Yo simplemente me dajaba hacer.
-Ahí tengo que darte la razón. Entre tú y yo, yo, la primera vez que realice el acto sexual, creí que mi compañera se estaba muriendo, que le estaba dando un ataque. Tenía diez años y a pesar de haber leido todos los libros de medicina que tenía mi padre, me acojoné porque no tenía ni idea en los terrenos sexuales. -Le confesó Von Klauss entre carcajadas. Ese era un paciente, desde luego, con el que Von Klauss siempre acababa hablando de cualquier burrada. Lo sorprendente era que lo contaba, cosas horribles, como si fuese algo normal. María, dada su peculiaridad, si algún día se lo contaba, no sería con esa trivialidad.

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