Hombre, toda tu acción y pensamiento son alentados por una adoración introspectiva. Una devoción íntima. Has llegado tan lejos a la edad que tienes porque te amas a ti mismo, y tu única pasión natural es este amor útil y bueno, que no tiene relación necesaria con los demás. Tu amor ensimismado no interfiere con las relaciones con los otros, no conduce inevitablemente ni la competición ni a la desconfianza hacia terceros. Tales sentimientos solo pueden introducirse en ti cuando el amor de ti mismo se transforma en amor propio. El amor a ti mismo te lleva a amar a los demás, gracias a quienes, hombre, te conservas. Y cuando vives en este estado de naturaleza eres feliz, pues haces lo que quieres y te bastas a ti mismo.
Puedes amar a otros tantos en la medida en que te ames. No solo quieres ser feliz, sino también quieres la felicidad ajena; y esta felicidad, cuando no te cuesta nada, aumenta la tuya propia. Asimilas tu propio amor al amar al prójimo como a ti mismo. De qué otra forma podrías amar al otro si no te amaras primer, y luego lo amas porque te estas amando a ti por amarlo. Haces el bien porque te hace grande, mientras más grande eres, más te amas. Sin vinculación directa con la soberbia o el engreimiento y orgullo, los cuales son tu glorificación sin razón ni causa alguna. Según estos últimos, mientras más insignificante eres, más te amas; pero como lo ruin no puede ser amado, te desprecias, y como no te amas a ti mismo, no puedes amar a los demás.
Igualmente, como a tu prolongación generacional en el tiempo, sangre de tu sangre, tu hijo, engendrado de tus entrañas, amado porque nació de ti. Amas a tu prole porque te aleja de acabar con tu propia existencia. Es por eso tu afán de educar a tu propio hijo, según tus costumbres, porque piensas velar por un pupilo que seguirá promulgando tu pensar y actuar aún cuando tú no te encuentres físicamente. Preferirías morir siendo consumido por otra persona que acabar en el olvido, sin dejar el aporte de ti mismo a la humanidad. De esta manera, realmente, no morirías del todo.
Aunque te aventures valiente no te atreves a buscar el amor en otras caras. La diversidad en otros rostros te parece tan ajena. Si te enamoraste de otro fue porque amaste lo que es familiar en ti. Pero porque te ames no implica que te percibas perfecto, admites que puedes estar incompleto, y buscas otros tú para complementarte. Los amas porque integran en ti y te completan. Te casas porque temes estar sin ti durante largos años. Temes perderte, la otra persona te recuerda incesantemente que ahí estas. La amistad, es un corazón en dos cuerpos. Te compartes, y al mismo tiempo te reconoces.
¿Y acaso no nos regocijamos que, otro producto de tus profundidades, las ideas, narciso, haya nacido de tu deliberación? Te deleitas con las nuevas ideas que has pensado, las alabas con grandiosidad explícita. Te enamoras te tus ideas porque provienen de tu propia cabeza. Y te consideras genial y prodigio. Cuando descubres que la sapiencia proviene de otras mentes y ajenos talentos, igualmente jubiloso apremias tu inteligencia por aprehender tal ilustración, te enamoras del conocimiento que has aprendido, amas tu erudición; porque el conocimiento es resistencial, y no te puedes educar sobre algo a menos que lo consideres como ya aprendido. Como filósofo te crees a ti mismo el creador del mundo.
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