Ahora que soy fuerte y por lo tanto poderoso, me siento debil pero esta debilidad que siento no tiene nada que ver con un estado fisíco. Vendría a ser una debilidad más bien mental o de espiritu. Pero tengo que lograr recuperar la fortaleza de espiritu que una vez tuve.
Nada más sentir los primeros rayos del sol sobre mi piel de dura roca, abrí los ojos y me incorporé. No podía permitirme el lujo de ser el último en despertar y mucho menos sabiendo que Rezo iba a venir para transmitirnos nuevas indicaciones. Con los ojos entrecerrados debido a la luz que se intensificaba sobre mi rostro al salir de mi estrecha y sencilla cama busque mis ropas, que seguramente estarían colocadas sobre la única silla que podía uno encontrar en la habitación. Una silla pequeña de madera sin tapizar. Colocandomela a toda prisa salí de la habitación. A pesar de ser conocedor de que Rezo no llegaría hasta bien entrada la mañana, mi preocupación era llegar de los primeros. Antes de dirigir mis pasos a la que era la gran sala en la cúal comiamos o pasabamos el rato, busqué mis botas. A menudo a los compañeros que no consideraban como parte de su grupo gastaban bromas muy pesadas, según el bromista, la broma podía ser peligrosa o no. Trás rebuscar por todas partes lograría encontrarlas. Por desgracia, estaban realmente sucias. Las limpie apurado y até los diversos cordones entrelazados que poseían. Lo mejor de ser de los primeros era que podías ponerte bien delante. Dilgear solía ser de los primeros en llegar también, acompañado por dos tipos bastante corpulentos. Los demás llegaban amontonandose.
-Veo que esta mañana tampoco se te han pegado las sabanas. -Masculló Dilgear dandome un buen golpe en la espalda. Dilgear trataba de ser amistoso pero estaba claro que yo no le gustaba.
-Así es. Ya sabes lo exigente que es Rezo. -Replique tosiendo esforzandome por mantenerme en pie. Su golpe había sido bastante brusco.
-¿Qué confianzas son esas? Si el señor Rezo te escuchase te castigaría. -Me advirtió una vocecita chillona acompañada por un desagradable olor a pescado y unas pisadas que parecían más propias de un pato.
Giré mi cabeza y tal como supuse la voz provenía de Noonsa. En cuanto comenzasen a llegar más bandidos Noonsa se vería obligado a ocupar el último y más lejano rincón de toda la sala. Sus grandes ojos apenas pestañeaban. Volví a mirar al frente y pude observar como Rezo entraba agarrando fuertemente del brazo al único bandido que llegaba tarde. En su rostro se apreciaba cúan avergonzado se sentía y lo mucho que le dolía el brazo. Rezo apretaba de el con tanta fuerza que casi temí que se lo fracturase allí mismo. Todos nos levantamos una vez Rezo soltó al hombre en mitad de la sala. El pobre consiguió un lugar entre empujones. En todo el lugar reinaba la misma sensación de debilidad que yo sentía. Nuestros cuerpos eran fuertes pero nuestro espiritu era quebrado por un hombre, un hombre que a primera vista ofrecía un aspecto más fragil y etereo que el nuestro, ese hombre era Rezo, el llamado por las gentes Monje rojo.
-Muchachos, como ya sabreís, cada vez hay más y más blesser Demons por la zona, algunos incluso han llegado a atacar poblaciones cercanas y puesto que vosotros habeís causado tanta o mayor destrucción que ellos, ¿qué os parecería redimiros deshaciendoos de esos seres infernales? -Nos propusó aquella vez. Más de uno se quejaría.
-¡¿Estás loco?! -Gritaría uno.
-¡Ni borracho! -Diría a viva voz otro.
Rezo sonreía pero frunciendo el ceño diría lo siguiente, especialmente para aquellos que protestaban:
-¿Con que no teneis ninguna intención de redimiros? Muy bien, entonces, ¡os ordeno ir y vencer a los demonios! Quien no obedezca esta orden, ya sabe lo que le sucederá. -
Todos callamos y gritamos bien alto:
-¡Así lo haremos! -
Alzamos nuestros puños e incluso aquellos que en principio se negaban salieron corriendo a cumplir con la orden. Yo me quede, Rezo parecía desear hablar conmigo. Comprobando que todos los demás había abandonado la sala, me aproximé a él. Saber que aún permanecía dentro le agradó.
-Zelgadiss, tu vendrás a la ciudad conmigo. -Dijo colocando su mano derecha sobre mi hombro derecho. Su piel siempre me resultaba tán suave y sus dedos eran largos y finos.
Cruzandome de brazos, pregunte_
-¿No quieres que vaya y eche una mano contra los demonios? -
-¿Tienes algo de lo que redimirte? -Me respondió saliendo de sus labios una suave risita.
Me encogí de hombros y negue dandole un simple no. Durante el camino hacía la ciudad me expusó lo que quería que yo hiciese mientras él se ocupaba de atender y curar a los más desfavorecidos como mendigos o prostitutas halladas y llevadas a los hospicios. Yo, a diferencia de sus aprendices y ayudantes, nunca iba con él. Claro que nos reuniamos pasada la hora de comer. La verdad, me gustaba ese modo de proceder aunque más de una vez tuve problemas. Ya no era aquel chiquillo inquieto que le seguía durante toda la jornada, que no comprometería su buena imagen. Mi aspecto, aunque diambulase todo tapado, dejando tán solo a la vista mis ojos y algo de flequillo color platino, distaba mucho de ofrecer una imagen positiva. La gente desconfia de los individuos tán tapados, a menudo creen que son mercenarios o peor, asesinos. Rezo se limitaba a indicar a la gente con la que trataba sus otros asuntos que era su guardaespaldas.
-Si su eminencia lo dice. -Aceptaban algunos sacerdotes su palabra.
Porque para bien o para mal, la mayoria de documentos u objetos magicos se encontraban en bibliotecas llevadas por sacerdotes o hechiceros de grados muy altos. Si tuviese algo de voluntad más de una vez lo hubiese dejado solo pero eso además de cobarde me habría traido un problema mayor. Rezo es muy astuto, nos tiene a todos bien controlados gracias a un hechizo de seguimiento. Somos como esos caballos salvajes que poco a poco, trás varios golpes de fusta se rinden a lo evidente. No hay modo de engañar a su amo. Sin embargo yo, tán terco y tán joven como para rendirme, obedecía hasta encontrar esa manera de encontrar la libertad y seguir vivo.