-Espere un momento y estoy seguro que lograré sorprenderle. -
Rezo se detuvo. ¿Qué podría ofrecerle que fuese tán interesante? El hombre viendole retomar sus pasos, con una retorcida sonrisa se dirigió al interior de su caravana. Rezo podía escuchar como el hombrecillo manipulaba una serie de objetos, freneticamente, como buscando algo especialmente para él. Cuando Rezo empezaba a creer que ese tipejo le estaba tomando el pelo, oyó los curiosos pasos del hombre acercarse. Sin dejar de sonreirle, el hombre colocó frente al monje rojo lo que parecía un gran libro. Rezo iba a posar sus manos sobre el pero el repelente hombrecillo apartó el libro exclamando:
-Antes me gustaría hablar de dinero. ¿Cúanto lleva encima? -
Rata retorcida pensó el tipo todo tapado por una oscura capa que además poseía capucha ¿intentas desplumar a mí buen Señor Rezo? Sus ojos le dedicaron una mirada fulminante mientras gruñía cúal mitad animal era. Rezo en cambio no parecía tan molesto por las vilezas del extraño comerciante, con suma calma le respondió:
-Sí no recuerdo mal acabo de recibir 10 monedas de oro. ¿Le parece bien? -
El hombrecillo le miró pensativo, el libro que le ofrecía era altamente valioso, el único objeto que valía más incluso que su propia existencia pero sintiendose intimidado por el acompañante del monje rojo, aceptó la humilde cantidad de oro de Rezo.
-No es lo que esperaba pero siendo un hombre de Dios, las acepto. -
Rezo, con fascinante rapidez tanto para Dilgear como para el comerciante, sacó una bolsita de piel que había guardado en la pechera que poseían las ropas de la orden en la cúal colaboraba aquellos días. Abriendola con ansiedad, el comerciante comprobó que el monje ciego no le engañaba pues siendo ciego, sería fácilmente engañado. Tras darle un leve mordisco a una de las monedas, el comerciante le entregó el libro.
-¿Acaso dudaba de mí palabra? No son muchas pero si son de oro. -Le comentó Rezo consciente de lo desconfiados que solían ser los comerciantes. Dilgear dejó de mirar a tan desagradable comerciante para dirigir sus ojos de lobo al objeto que Rezo había obtenido. No parecía nada del otro mundo, sólo un viejo libro. A pesar de eso, se sentía feliz pues sabía que a su señor le gustaban mucho, logró ser dueño de una magnifica colección, muy superior a la que cualquier otro erudito pudiese desear. Rezo posó una mano sobre la cubierta de oscura piel, deslizando sus dedos, le dijó a Dilgear con infinita felicidad:
-Es un libro. ¿Qué clase de conocimientos crees que albergará? -
Para Dilgear que un hombre ciego se emocionase siendo poseedor de un libro era ciertamente hilarante, de chiste pero Rezo no era como los demás ciegos por lo que le respondió:
-No lo sé, yo nunca he sabido leer pero estoy seguro que te será muy entretenido encontrar a alguien con el que compartir sus conocimientos. -
-Oh - Fue lo único que salió de los finos labios de Rezo al oirle confirmar lo que Rezo ya suponía pero no decía en voz alta para así no humillarlo. Rezo guardó lo mejor que pudó el gran libro y agarrando uno de los peludos brazos de Dilgear regresó a la abadía en la cúal había sido invitado a formar parte.
-Toledar es un reino curioso... -Oyó Dilgear menciar a Rezo caminando por los dorados campos.
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