-Y bien, ¿vas a atacarme o no? Al fin y al cabo no soy más que un monstruo. -Exclamó lleno de rabia.
Me dió tantísima pena, aquel joven encantador e inquisitivo, ciertamente se había vuelto una criatura extraña. Emanaba un fuerte olor a muerte y su blanca aura ya apenas brillaba. ¿Cómo pudó llegar tán lejos todo esto? Respiré profundamente, escogiendo con cuidado las palabras que le daría, tratando de apaciguarlo.
-No, los monstruos han sido aquellos individuos que te han hecho esto. -Le dije avanzando hacía él. -Por eso, suelta a la muchacha, ella no tiene la culpa de tu desgracia. Haré todo lo que este en mi mano por ayudarte.
Era una situación delicada, tenía a la muchacha agarrada y seguramente, tenía el fino de su espada tán cerca del cuello de ella, que ante el mero movimiento de alguno de los presentes, él la mataría con suma rapidez. La respiración de la muchacha era calmada a pesar del miedo que le recorría por todo su ser. Por muy habilidosa que fuese con la magía negra, estaba con el agua al cuello. Dependía totalmente de mí, que él la soltase o la matasé. Si aquel extraño seguia siendo el encantador chiquillo que yo recuerdo, con las palabras adecuadas, la soltaría. Me aferré a esa ingenua posibilidad, por lo que seguí hablandole, mostrandome lo más piadoso y calmado posible, haciendole comprender que yo no era su enemigo, simplemente un amigo preocupado. Él, a pesar de su enojo, su rabia creciente, me escuchaba. Oh, milagro, logré desviar su odio y sus ansias de matar hacía mí, por lo que, con brusquedad, la liberó. Pudé oir como corría hacía la zona cercana más segura. La sala era grande, posiblemente llena de cacharros y viejas probetas, así es como suelen ser los laboratorios. Hubiese preferido que la muchacha no se quedase, lo que ocurriría no sería agradable para nadie. No iba a matarlo, podría haberlo hecho, mi magía y conocimientos son muy superiores a los que él poseía pero no hubiese sido capaz de hacerlo, moralmente me destrozaría. Más, él, con toda su furia, se lanzó contra mí, empuñando su espada. Ironicamente, la misma que yo una vez le regalé, por lo que concentré la energía suficiente en crear un efectivo hechizo que le detuviese. Tan sólo tuve que dar un leve golpe al suelo con mi baculo y cayó al suelo como un titére sin cuerdas. Daba esa triste sensación, la sensación de que hallacía muerto.
-¿No lo habrá matado? -Me preguntó la muchacha acercandose.
-No, tan sólo duerme. Sólo despertará cuando yo lo decida. -Le informe.
Ella suspiró aunque no estaba del todo satisfecha con mi respuesta. ¡Qué muchacha más desconfiada! ¿Formará parte de sus virtudes? Caminamos hasta encontrarnos con Rodimus, mi hombre más fiel o uno de los mejores hombres que he reclutado. Le pedí que llevase a la muchacha al pueblo más cercano mientras yo me ocupaba del, como acertadamente le había llamado ella, Hombre quimera.