Parada en medio de una calle abandonada, estaba yo, mirando las vías pavimentadas desgastadas. Una bruma espesa y extrañamente blanca caía sobre la ciudad, no importa cuánto me esforzara en mirar hacia el cielo, no había rastros del techo azul, tampoco aves explorando las nubes; ni siquiera podía ver la cima de los edificios.
Una luz gris asoma los vestigios de la historia de estas calles muertas. Escuchaba truenos a lo lejos, al escuchar el estruendo hueco me di cuenta repentinamente que estaba perdida. Me sentía como una Dorothy menos favorecida, por un momento pensé en hacer sonar mis tacones como palmadas mágicas; pero estaba descalza.
Caminé en busca de alguna señal de compañía; pero los cines estaban vacíosmientras mostraban la misma película en blanco y negro para una audiencia inexistente; no pude reconocer las imágenes que se mostraban en las pantallas; las tiendas estaban surtidas para una población que nunca vestiría sus ropas ni comería la comida de esos estantes.
Y, de repente, la brisa fría se detuvo, se escucharon cujidos secos a lo lejos. El aíre estaba húmedo, miré hacia arriba esperando una llovizna. Un soplo caliente calló como un manto otoñal desde arriba... lentamente fueron callendo hojas secas. De todos tamaños y formas, hojas naranjas, amarillas, marrones y grises caían en una calmada espiral hacia el pavimento negro. Parecía que, en una extraña perturbación de la naturaleza, hubiesen crecido árboles sobre las nubes y ya era tiempo de cambiar de estación con una mudanza de follaje.
Inmutables permanecían las hojas sobre su lecho oscuro, brillaban vividamente a pesar de la luz lúgubre. Tomé una de las hojas del piso y vi que en su superficie se encontraban escritas letras... palabras... oraciones. Parecía que las hojas hubiesen sido usadas como suplemento de escritores celestiales quienes las usaron en sus máquinas de escribir flotantes...
"Pero por qué caen estos manuscritos llenos de tinta. Por qué no llegaron a pertenecer al tomo de algún libro", me preguntaba con infantil calma... temerosa calma.
No podía entender lo que se encontraba escrito en las hojas, recogí un par de más y todas parecían estar escritas en algún idioma extraño, uno que nunca había visto antes. Traté de unirlas en algún orden pero no les veía sentido.
Tan inexplicable fue su llegada como su pronta partida. La brisa gélida llegó de nuevo sorpresivamente y barrió hacia la oscuridad todas esas hojas caídas. Su crujido seco fue su despedida.
Finalmente, de la nada pude ver unas escaleras al otro lado de la calle. Era la entrada a un subterráneo. Podía ver el inicio de las escaleras que se precipitaban hacia una oscuridad absoluta. De repente, vi una luz inestable alejándose hacia las sombras.
Con un rostro calmado y de curiosidad ridícula, bajé las escaleras.
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