viernes, diciembre 05, 2008

Una entrevista imaginaria a Eugenio Montejo

Un poeta a larga distancia

“Podemos construir un país completo escribiendo con piedras”

Eugenio Montejo expresa, difícilmente lo que parecerían ser en sus últimas líneas, la preocupación de los poetas y jóvenes escritores venezolanos

Dado el separatismo político en Venezuela, otros aspectos de la sociedad y cultura se ven afectados por esta división ideológica. El campo de la literatura y las artes no se escapa de esta escisión.
El poeta y ensayista venezolano, fundador de la revista Azar Rey y co-fundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo, investigador en el Centro de Estudios Latinoamericanos "Romulo Gallegos", Eugenio Montejo, expresó que en Venezuela se vive una “censura velada” a los medios de comunicación y una “situación poco favorable para los intelectuales”. Denunció que el presidente Chávez impulsa la “literatura propagandística” y que “ha retirado su apoyo a todas las editoriales que no comulgan” con sus ideas.
Tras una búsqueda exhaustiva, este poeta caraqueño expresa su visión presente y a futuro de la poesía y literatura venezolana, así como su perspectiva extrínseca del país. A través de una llamada telefónica el poeta expresa pensamientos que aún no han muerto. Mediante el auricular se podía escuchar su voz aclarándose y el crujido de sus bigotes siendo peinados por sus dedos.

—¿Le sorprende que lo llame a su nueva residencia?
—Como podrás imaginar no mucha gente me llama acá. Ellos saben que me fui, pero no saben para dónde. Sin embargo recibo muchas cartas, las leo con mucha atención y cuidado; pero no sé cómo contestarlas. Cuando supe que querías hablar conmigo tuve que notificar con mucha anticipación y hacer una larga fila de espera para aguardar a que me llamaran.
Todos los que esperaban conmigo se emocionaban cuando escuchaban la campanilla del teléfono; pero yo no, en realidad no tenía prisa. Cuando llegó tu llamada sí fue una sorpresa para mí porque no la esperaba.

—¿Recuerda como llegó allá?
—No. Sólo recuerdo la sensación de haber despertado de un largo sueño del cual no recuerdas nada. Cuando desperté, vi a lo lejos a un montón de gente que me miraba con caras extrañadas. Pensé que me rodeaban, pero en realidad era yo quien los había interrumpido.

—¿Está informado de la situación de Venezuela?
—Es una pregunta amplia. Pero desde que me fui he tratado de estar lo más informado posible. No ha cambiado mucho desde mi partida, aunque ha pasado poco tiempo, esperaba que hubiesen cambios más radicales. Aunque se han vivido meses de paz, aún falta mucho camino por recorrer. Yo ya no puedo hacer nada; pero espero que lo que hice haya servido del algo.

—¿Qué podemos hacer para cambiar?
—Yo te puedo hablar como poeta, porque nunca ejercí mi carrera. Para que la literatura deje de existir en función del clientelismo del Estado que ha retirado su apoyo a todas las editoriales que no comulgan con una ideología vacía, hay que escribir desde el alma. No hay otra forma de escribir poesía mas que con el corazón.
A pesar de las dificultades que enfrentan actualmente los poetas y su constante lucha para ser publicados, en especial con esta contracorriente política, hay que seguir escribiendo por la pasión de escribir. Hay que enamorarse de los versos y engendrar más versos.
Esta situación es difícil para los intelectuales, porque nosotros no respondemos a intereses políticos, sólo respondemos al arte.

—¿Hay suficientes piedras para escribir donde se encuentra?
—No sé lo que signifique “suficientes”; a veces después de caminar mucho te consigues un par de guijarros pequeños que caben en el bolsillo. Siempre me encuentro con piedrecillas negras de igual tamaño e igual forma que a veces me pregunto si no serán las mismas. Pero es inútil escribir con ellas, no las puedes guardar porque se escapan; en el momento en que formas alguna palabra no puedes dejarlas desatendidas, en el momento en que les quitas la vista de encima ya se han movido. Necesito piedras grandes, tan pesadas que no se puedan mover.
En Venezuela se puede escribir con piedras, sólo que los poetas no lo saben. Se pueden construir palabras tan pesadas que un gobierno no las pueda mover, tan magnificas que no se puedan destruir, tan metidas en la tierra que no se puedan arrancar.

—¿Ahora con qué escribe?
—Lamentablemente estoy cansado de las palabras y los lápices. A pesar de esto traté de escribir algunos versos, pero aquí nada permanece, todo se escapa hacia el cielo blanco, al menos creo que eso es el cielo. Y traté de construir puentes, muros, pero todo se esfumaba. Ya no puedo escribir más.
Pero quiero recordarte que en Venezuela es posible construir un país completo escribiendo con palabras de roca que lleven tatuada la música secreta de los sentimientos. Como decía Agustín Basave, “la filosofía y la poesía cumplen una función humana igualmente liberadora: la sospecha de que el universo no se limita a ser lo que es”, siempre hay que evitar las imposiciones.
A veces pienso que estoy siendo obligado a escribir sobre lo que nunca escribí. Siempre me acusaron de nunca escribir sobre el amor; pero sí lo hice, sólo que no lo publiqué. Después de muchos años al encontrar mis manuscritos y releerlos, tuve que destruirlos, no respondían a la época a la que pertenecía.

—¿Qué piensa ahora de la terredad?
—Ahora la veo con nostalgia; pero viví lo que viví y no creo arrepentirme de nada, al menos nada grave. Siempre temí no haber vivido lo suficiente, estar en contra de mi reloj biológico, creía que no me iba a dar tiempo de nada. Ahora que puedo ver mi vida completa, me doy cuenta de que hice lo mejor con mi terredad, que fue escribir.
Creo que la terredad de los jóvenes escritores se encuentra en luchar. Ahora la poesía y la literatura se ha convertido en una gran lucha, un arma para hacer cambios.

—¿Se considera un poeta a larga distancia?
—No, lo que escribí se quedará así para siempre, no puedo construir nuevas palabras para ustedes. Siempre seré fiel a la noche de los versos y al fuego de todas sus estrellas. Pero cuando las miro desde aquí comprendo que no podría irme, no sé habitar otro paisaje; olvidé vivir cuando pisé esta tierra. Ni con la muerte dejaría que mis cenizas salgan de sus campos; ni yo profanara tus aposentos con mi espectro.
Yo pasé indirectamente mi legado hacia los jóvenes de corazón que tengan el tiempo que yo no dispongo para seguir escribiendo poesía.
Por otro lado, si lees mis ensayos y poemas, me estás leyendo a mí. Desde ese punto de vista creo ser un poeta a larga distancia. Estoy en esas palabras pero me encuentro muy lejos. Además, ese término tiene implícito la posibilidad de un viaje y un encuentro. Todos nos conoceremos tarde o temprano.

—¿Regresará?
—No lo sé, pero no tengo muchas esperanzas. Desde que entré aquí no he podido ir a otro lugar; no me lo permiten. En esta planicie sólo puedo caminar, pensar y tener conversaciones inútiles con los otros poetas y filósofos que me acompañan. Aunque siempre preferiré donde vives ya que la tierra es el único planeta que prefiere los hombres a los ángeles.
Más que el silencio de la tumbatemo la hora de resurrección:demasiado terriblees despertar mañana en otra parte.

martes, diciembre 02, 2008

Sueño Nº1

Parada en medio de una calle abandonada, estaba yo, mirando las vías pavimentadas desgastadas. Una bruma espesa y extrañamente blanca caía sobre la ciudad, no importa cuánto me esforzara en mirar hacia el cielo, no había rastros del techo azul, tampoco aves explorando las nubes; ni siquiera podía ver la cima de los edificios.

Miré a mi alrededor en busca de algún movimiento vivo; una brisa gélida era mi única acompañante. Los grandes avisos y pantallas dejaban una imagen de luz y color en las penumbras de la media noche; ahora estaban apagados en un sueño, al parecer, sin un fin próximo. Debía estar en una calle como Wall Street o Brodway, a lo lejos se podía escuchar el eco de las calles, las pisadas de sus transeúntes, sus fiestas, sus táxis frenéticos, los murmullos imcomprensibles de una muchedumbre anónima.

Una luz gris asoma los vestigios de la historia de estas calles muertas. Escuchaba truenos a lo lejos, al escuchar el estruendo hueco me di cuenta repentinamente que estaba perdida. Me sentía como una Dorothy menos favorecida, por un momento pensé en hacer sonar mis tacones como palmadas mágicas; pero estaba descalza.
Caminé en busca de alguna señal de compañía; pero los cines estaban vacíosmientras mostraban la misma película en blanco y negro para una audiencia inexistente; no pude reconocer las imágenes que se mostraban en las pantallas; las tiendas estaban surtidas para una población que nunca vestiría sus ropas ni comería la comida de esos estantes.

Y, de repente, la brisa fría se detuvo, se escucharon cujidos secos a lo lejos. El aíre estaba húmedo, miré hacia arriba esperando una llovizna. Un soplo caliente calló como un manto otoñal desde arriba... lentamente fueron callendo hojas secas. De todos tamaños y formas, hojas naranjas, amarillas, marrones y grises caían en una calmada espiral hacia el pavimento negro. Parecía que, en una extraña perturbación de la naturaleza, hubiesen crecido árboles sobre las nubes y ya era tiempo de cambiar de estación con una mudanza de follaje.

Inmutables permanecían las hojas sobre su lecho oscuro, brillaban vividamente a pesar de la luz lúgubre. Tomé una de las hojas del piso y vi que en su superficie se encontraban escritas letras... palabras... oraciones. Parecía que las hojas hubiesen sido usadas como suplemento de escritores celestiales quienes las usaron en sus máquinas de escribir flotantes...

"Pero por qué caen estos manuscritos llenos de tinta. Por qué no llegaron a pertenecer al tomo de algún libro", me preguntaba con infantil calma... temerosa calma.

No podía entender lo que se encontraba escrito en las hojas, recogí un par de más y todas parecían estar escritas en algún idioma extraño, uno que nunca había visto antes. Traté de unirlas en algún orden pero no les veía sentido.
Tan inexplicable fue su llegada como su pronta partida. La brisa gélida llegó de nuevo sorpresivamente y barrió hacia la oscuridad todas esas hojas caídas. Su crujido seco fue su despedida.

Finalmente, de la nada pude ver unas escaleras al otro lado de la calle. Era la entrada a un subterráneo. Podía ver el inicio de las escaleras que se precipitaban hacia una oscuridad absoluta. De repente, vi una luz inestable alejándose hacia las sombras.
Con un rostro calmado y de curiosidad ridícula, bajé las escaleras.